Un día de agosto

Un día de agosto, en Madrid, que hasta los adoquines sudan. Como el calendario es como es, se le estruja y tururú. Ya he contado aquello antiguo de cuando Pumares ponía a las cuatro de la tarde un villancico para abrir la hora de su programa veraniego. Por entonces aún mantenía la cabeza, ay qué pena, en fin, la radio, ayay.

Total, que ni estamos en tiempo de FestivaldeBelenes ni en temporada de ConvencióndeTorrijas, pero qué más da cuando la osadía juvenil es más fuerte. Lo cual que para agasajar al joven B16 -un niño, al fin y al cabo, si echamos cuenta del pontificado- le han preparado un Via Crucis en la Castellana de mucho cuidado. Y como sería complicado traerle una Semana Santa de Málaga a Salamanca, de Murcia a Sevilla y de Valladolid a Zamora, pasando por Cartagena, zafarrancho que la liamos.
Y la lían.


La cosa folclórica de las procesiones y de los belenes está bien, entretiene, tal. Pero cuando se atiende como en su tiempo se haría, con ojos de crío y de ilusión, se ganan a pulso la mayúscula. Procesión, Belen, los tronos, los Misterios. Está lo de los Ejercicios Espirituales, lo de figurarse allí y todo eso. Y está lo de montar el Misterio, y construir el Trono, sacarlo a puslo por la calle y para que el personal lo vea. Creo que es en Bibao donde sale un Cristo que pasa por donde los quinquis y los camellos, las lumís y los chulos de farol. Y, antes al menos, creo que salían, dejaban su mugre por un ratico y se postraban. No se, igual me lo estoy inventando todo, pero sería tan bonito.
Eso, las catorce estaciones, la Pasión dibujada, la Pasión entronada, explicada por los mejores imagineros, compañeros portapasos, los voluntarios de la Legión rindiendo armas al Cristo Yacente, ayayay, que digo yo que habrá hasta saetas. A mi me gustaría ser alemán durante tres horas para no entender nada y rendirme de admiración.