Una voz nos rogaba a través de los altavoces del supermercado que pretendían cerrar, como todos los días, a las 9.15 y que hiciéramos el favor de acudir a caja. ¿Por qué siempre lo dejo para el final?, me dije. Pensando en el puente y a última hora, corría por los pasillos, derrapando con mi carrito. Y entonces frené, miré a mi alrededor y caí en la cuenta: ¡la Navidad! Espumillón, bolas navideñas, ramas plastificadas de abeto… Aspiré hondo y mi cuerpo se convirtió en una funda vacía. Mi alma vagaba.
Hace unos años este puente marcaba el inicio de la navidad: mis hermanos y yo poníamos el Scalextric en el salón, las bandejas de turrón aparecían por la casa (inexplicablemente el turrón blando duraba hasta abril o mayo, mientras que el de chocolate desaparecía sin más) y mi madre ponía un Niño Jesús con una velita. Después llegaba el Belén; excursión a la montaña en busca de musgo (antes de que fuera especie protegida, como el lince), cajas con las figuras, el corcho, el castillo y el portal y tarde de domingo junto a la chimenea haciendo caminos con serrín, ríos de papel de plata y hogueras de palitos para los pastores. Habitualmente fundíamos los plomos un par de veces con las bombillas antes de que el Portal estuviera más o menos iluminado, pero el resultado merecía la pena. Y la carta a los Reyes Magos que mis padres bajaban al buzón año tras año. Al principio me la escribía mi hermano mayor, hasta que pude hacerlo yo mismo.
La Navidad, la dulce Navidad que se me clavó en el alma desde pequeño y que nada ni nadie podrá quitarme ahora. La Navidad que es propiedad exclusiva de los niños y de los que nos hacemos como niños, de los que aún escribimos a los Reyes Magos y les dejamos un castañazo de ron para que se entonen en la noche mágica… La Navidad que el sábado llegó a mi de golpe, en medio de un mundo que va demasiado deprisa.
La voz del supermercado me pilló parado en mitad del pasillo. Miré el carrito. ¡Horror! ¡Me falta el pescado! Y eché a correr por el pasillo atrás, con el aroma de la Navidad en mi alma.
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4 comentarios:
Todo me recuerda a la mía, Néstor. Pero hace algunos años más. (No tantos Pianista, majo, que te veo...)
Eso es lo que te priva a tí, el castañazo de ron.
¿Y la foto? ¿eh?
¿Y las pobres cajeras del Mercadona, hartitas de esperarte? Claaaro, ahora vendrás con que estás muy ocupado ¿a que sí?
Bueno, ya me he despachado a gusto contigo. Besos.
Atiza, guapa, de cuando Lepanto, ¿no?
Bien dicho, Dulci, que me veo a las cajeras del merca dicendo, anda, ya llega el plasta ese de las 9:14, que encima se ha olviudado el pescado, que se le han caído la mitad de los yogures que ha cogido seis cervezxas del pac indivisible de ocho y que encima ha cogido las naranjas de zumo a granel y se ha olvidado de pesarlas!!!!
De todos modos, Néstor, menos mal!!! Llegas a no estampar el festivaleo y me chivo a tus cajeras!!!!!
(Tu madre, una santa, dicho sea de paso!!!!)
Caray, ATIZA, ¿también ponías Scalextric? El nuestro era tremendo...
DULCI, el ron no, pero un buen Chivas, ñam, ñam...
Lo de las cajeras del Mercadona, oh PIANISTA, puede ser cierto, porque además me ayudan a meter las cosas en las dos bolsas súper especiales que he adquirido y que no hay manera de rellenar de forma ordenada.
LUISA, recuerda que eres madre y, como a toooodas las madres, os "gusta" el turrón blando, la cabeza de pescado y las mandarinas con huesos...
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