Pero estaba en las uvas.
Teníamos una tarrina de esas de plástico con un racimo, que manía de empaquetarlo todo y de cobrarte luego un durillo por la bolsa, como si cobrando no contaminase, qué jeta. Mientras preparábamos la cosa, ojo con los huesines, pelándolas y despepitándolas, fui zampándome algunas. Lo cual que a las 12 menos un minuto, ya había dado buena cuenta del asunto.
Dong dong, ñam ñam, gluglú. Feliz año, tal y tal. Vale.
Hasta con el enanito de Gúguel es bonita Lisboa.
Esta tarde veo lo poco que quedó y mientras hacía cosas, lo he ido terminando de liquidar. Me he acordado, siempre que como uva lo hago, de un racimo que me ventilé de meriendilla en mi primer viaje a Lisboa, mientras paseaba sin rumbo al salir o antes de ntrar en el el Museo Militar, creo que creca del barrio de Belén. Era por la tarde, calor suave y sed. Una frutería. Uva. ¿Me podría pasar un poquito de agua? Obrigado.
Y me supo de buena que aún la recuerdo. A veces el brillo en los adoquines y en las paredes ocres, la pintura de las tardes y de los tranvías es como la piel de las uvas aquellas frescas, dulces y añoradas.
A ver si a estas alturas me voy a aficionar a las uvas.