La cena de Nochebuena es un alboroto. Y un trabajazo. Que merece la pena para unos más que para otros. O para todos igual. Para los que miran y zampan y para los que se afanan en que todo salga perfecto y zampan menos. Admitámoslo: siempre son las mismas.
Antes, sentarse a la mesa era una odisea. Ahora también. Los que llegan tarde, los que se pegan al teléfono. Los niños (que ya no lo somos tanto) bromeando y hablando por los codos. -Tú ponte a mi lado. -Yo quiero con la tía. -Y yo con papá. Por fin, cada uno en su sitio. -¿Quién bendice? -Álvaro que es el mayor. Álvaro señalaba a Alejandra. -Ella que es la pequeña. Pero Alejandra estaba ocupada pinchando a alguno de los primos. -Ey, tío, dile que se pare quieta, que no hace más que pellizcarme. Y ella, sonrisa de ángel, ojos de cielo, miraba a su padre ignorando las acusaciones, ciertísimas, y él engatusado: -Tú calla, animal, y deja en paz a la pobre niña.
Luego están las manías de cada uno. -No me gustan los espárragos. -Quiero más jamón. -Pero si no nos vas a dejar nada. Y entonces, todo sucede en cascada. El que se levanta y tira la servilleta. El que estira el brazo y tumba una copa. De agua en el mejor de los casos pero no suele ocurrir el mejor de los casos. Que se resbala un plato y se hace añicos y se mancha la alfombra porque quedaba un poco de aceite. Un niño que le unta mayonesa a su papá en la corbata. Una madre que se enfada. La abuela que quiere poner orden. El abuelo que se ríe maliciosamente desde la cabecera.
Al final, turrón. Y el champán. Para mayores y para niños. Porque alguna abuela descubrió que venden zumo de manzana gasificado y los pequeños también tienen su copa llena de algo parecido a lo de los grandes. Cada gremio, su botella. Y todos se pelean por abrirla. No es que nos guste mucho. Más bien poco. Es el pum. Salir al balcón y apuntando al cielo, a ver quién llega más alto. Y se descorcha la botella. Pum. Los proyectiles de alcornoque volando en la Nochebuena. Aunque uno se guarda. Porque un papá contaba que, cuando él era crío, quemaban un extremo del corcho y se pintaban barba y bigote. Barba y bigote para el que quiera.
Y el Belén preside la celebración entera. A medianoche, el Niño en la cuna. Ya nació. Qué alegría. Hace tiempo, algún travieso colocaba a los Reyes junto al Portal. -Que no, que todavía no llegan. Medio puchero y cara de pena: -¿Todavía no? ¿Y por qué, por qué? Mala señal: cuando un niño empieza con "porqués" mejor ponerse a cantar. Villancicos, que es lo que toca.
8 comentarios:
Hola a todooos!!
Una representación perfecta de la Nochebuena.
Leyéndote, he podido ver la escena. ¿De verdad hay tanto barullo? Lo mejor, la sonrisa socarrona del abuelo. Que para eso es el abuelo de la tropa.
Eso, venga, todos a cantar!!!!
Todo me suena, Martaclavo! (hasta el corcho quemado para la barba y el bigote!)
El Pianista nos pone a cantar a todos mientras él, toca el violón...Muy suyo.
Atiza, que saco la zambomba!!!!
Es una descripción perfecta de lo que pasaba en mi familia.
Al final el Niño Jesús nos traia un detalle... (la muñeca heredada), los calcetines que justo necesitaban otros...
Y cantar villancicos y pedir el aguinaldo a los mayores, era todo un número.
Llego tarde muy tarde..., muy bien contado Marta, ¿puedo cantar todavía?
Creo que en todas las familias grandes sucede lo mismo... ¡Qué cercano es lo que cuentas!
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